Mensaje de bienvenida



Dicen que la vida no se mide por el número de respiraciones que tomamos, sino por el número de momentos que nos hacen contener la respiración. A mí me gusta capturar esos momentos, contener esa respiración, y me gustaría compartirlos con vosotros.

Así que os propongo un viaje por las emociones que nos trasmite la fotografía, amenizado por escritos y toda la diversión que queráis añadir con vuestros comentarios. ¿Os apuntáis?

domingo, 13 de marzo de 2011

Don't worry, be kind

[Aviso: el siguiente relato está basado en una experiencia real, realizada por dos pillos especialistas en salir de situaciones en apuros. El autor no se hace responsable de lo que pueda pasar si los lectores lo intentan emular, pero no puede evitar sonreir al recordar la experiencia. ¿Por qué será?]


Sucedió hará unos años, en una remota y tropical región del África Occidental. El “rum-rum” de la noche dio paso al “zum-zum” de un insecto atrapado en mi mosquitera… y todo lo que voy a contaros se desencadenó a continuación.

El hecho es que amanecí al tiempo que la señorita mosquito — sólo las féminas de esta especie chupan sangre a mamíferos como yo, a fin de alimentar a la prole que crece en su interior — buscaba el camino de vuelta a casa tras una provechosa noche en mi compañía. Pero al no caber por el mismo agujero por el que se había colado en mi mosquitera la noche anterior, — ejem, por qué será — luchaba desesperadamente por agrandarlo. En fin, eché una ojeada al Luismi para confirmar que seguía durmiendo como un tronco, liberé a mi indeseable compañera para no cometer “bichocídio”, y me dirigí sigilosamente al baño.

Cinco horas más tarde aún estábamos esperando en el garage — lo más parecido a una estación de autobuses que pudimos encontrar por allí — a que vendieran todos los asientos de nuestro vehículo.

El bueno de Luismi de paseo por el garage, cámara en mano
El bueno de Luismi de paseo, cámara en mano






Cuando finalmente lo consiguieron, subimos a una furgoneta con intención de llegar a la pequeña aldea que habíamos seleccionado en nuestra guía durante el desayuno.  




¡Y a disfrutar del camino!


No pasó mucho tiempo antes de que la furgoneta parara, se abrieran las puertas traseras y unos hombres que asomaban desde el techo nos invitaran a bajar. Un poco confundidos, pero obedientemente, salimos pitando para coger nuestras mochilas, chapurrear “adiós y gracias” en la lengua local y despedirnos de la furgoneta conforme ésta se perdía por el horizonte.

«¿Dónde estará la aldea?» — Me dije a mí mismo cuando advertí que, hasta donde llegaba mi vista, sólo alcanzaba a ver una delgada y desierta carretera rodeada por enormes y exóticos árboles. Estábamos a punto de maldecir nuestra suerte cuando, acercándose desde lejos y ocupando todo el ancho de la carretera, vimos lo que parecía ser un puñado de pequeños hombrecitos y acabaron siendo un puñado de niños. ¡No dábamos crédito a nuestros ojos! ¿De dónde habían salido? Los pequeños, mientras tanto, nos miraban incluso con más curiosidad que nosotros a ellos, con sus enormes sonrisas de oreja a oreja y sus ojos como platos.

Éste era el más pillo de todos. ¡Aún parece que oigo sus carcajadas
«Vaya, diría que aquí pasa algo raro, ¿no crees, Luismi?» Pregunté con ironía a mi compañero de aventuras. Dentro de mí me negaba a admitir que nos encontrábamos ante el idílico lugar rodeado de selva y tranquilidad citado en la Lonely Planet. Al menos la selva estaba ahí, ¡de eso no cabía la menor duda!

Ajenos a nuestras preocupaciones, sus encantadores habitantes jugaban a nuestro alrededor, corriendo y riendo a pierna suelta. Pero no había tiempo que perder, así que decidimos resolver el misterio antes de que la oscuridad de la noche lo cubriera todo. Llenos de determinación, pregunté a los pequeñuelos dónde vivían sus padres, a lo que respondieron con más risas y sonrisas. «¡Aaaaay, lo que daríamos por alguien que hablara inglés!» Nos decíamos, avergonzados de nuestra ignorancia de la lengua local y del francés tan extendido en la zona. 

 






En esas estábamos cuando un hombre alto y recto como un tronco apareció por detrás de un viejo y más alto aún árbol, dándonos la bienvenida con una cálida sonrisa. ¡Qué profundo alivio sentimos en ese instante!

Resultó ser el mismísimo secretario de la aldea, que en realidad no era más que un grupito de chozas de adobe dispersas entre la selva. Joseph — que así se llamaba él — pacientemente nos explicó los problemas que habían estado padeciendo en los últimos tiempos por culpa de una guerrilla local, lo que había llevado a un prudente cierre del campement. A ratos lo entendíamos y a ratos no, pero su paciencia era infinita y sus recursos expresivos tan enormes como él. Y cuanto más le escuchábamos, más palidecíamos. ¿Cómo habíamos ido a parar aquí? Pero el hombre parecía de buen corazón y no teníamos más opciones, ni tiempo para buscarlas antes de que anocheciera, así que de buen grado aceptamos su invitación a pasar la noche con su familia. En el fondo vibrábamos de emoción ante lo que prometía ser una experiencia única y fuera de lo común.

Tanto Joseph como su mujer Cecile, aún en cinta como estaba, compartieron la habitación de los niños esa noche para dejarnos la suya. Situación altamente embarazosa, pero no nos dieron opción a rechazarla. Así que esa noche dormí a pierna suelta en su humilde cama de paja. Si me lo permitís, os confesaré pícaramente que no puedo decir lo mismo de Luismi, pues mientras yo dormía plácidamente él era el objetivo de toda una variada tropa de insectos que residían entre la paja. Bueno, bueno, no está nada mal, ¿verdad? ¡Ya era hora que intercambiáramos los papeles!


En fin, queridos lectores, esta y otras aventuras similares en tierras remotas me demuestran que no hay nada como la Hospitalidad y sus buenas amigas: Amabilidad y Generosidad. Joseph y tantos otros como él, no distinguen colores de piel, nacionalidades ni cosas por el estilo. Simplemente les mueve un genuino sentimiento de Igualdad.

¡Jere jef amigos, gracias por todo!


Alex Hurtado

jueves, 3 de marzo de 2011

Muy pronto en sus pantallas...



Un fotorrelato de dos pillos y sus aventuras africanas.

Hasta aquí puedo "leer".... pero en una semana podréis verlo y leerlo vosotros mismos.

¡Ciao!